Puñetazos y bagatelas

Óscar Claver

En plena calle de Pontevedra, un adolescente de 17 años de edad se acerca a Mariano Rajoy y le propina un duro golpe en su mejilla izquierda, rompiéndole las gafas. El suceso, desde todos los puntos de vista y en todos los sentidos, es condenable. No obstante, ¿qué puede suponer esta agresión en plena campaña electoral de las elecciones más apretadas de la democracia española? Nada bueno.

En un primer ámbito, el conflicto crea dos perfiles de personas que hacen casi más daño al resto de la sociedad que el propio puñetazo. Por una parte, aparecen los que aplauden al agresor. Y lo hacen porque el agredido defiende ideales contrarios a los suyos, porque lleva a cabo medidas políticas que no les gustan, o única y exclusivamente porque les cae mal. Vete tú a saber. Lo que está claro es que la muestra de simpatía a una agresión no supone, por una regla de tres que no existe, un rechazo hacia la personalidad o actos del agredido. En el momento en que se incluye la violencia en un argumento, este deja de ser razonable en ese mismo instante.

Momento de la detención del joven agresor - Fuente: El Periódico
Momento de la detención del joven agresor – Fuente: El Periódico

En la acera de enfrente están los otros, los que culpan a los partidos de la oposición. Atribuir el hecho a partidos o miembros de la izquierda política, o como algunos los llaman ahora, «súper rojos», sigue la misma línea de las bagatelas anteriores. Una línea que no conduce a ningún sitio; o que, si conduce a alguno, es a una acción contraproducente. Y aquí me remonto al perfil del agresor. En un primer momento se le acusó de ser seguidor de «Pablemos» o «el coletas», como prefieran llamarlo los que lo dijeron. Después resultó ser defensor de la independencia gallega, para terminar convirtiéndose en un ultra del Pontevedra Club de Fútbol. Por la misma (nefasta) razón, si en un principio ser «podemita» era la causa de esta agresión, ahora habría que afirmar que es el fútbol el causante de este comportamiento deleznable. Sea lo que sea, el peso de los argumentos no aparecen ni por un lado ni por el otro.

Tras esta distinción entre los dos bandos, que yo calificaría de uno sólo, el bando de la necedad, cabe abordar otra cuestión tan o más importante que la anterior. Resulta cuanto menos cuestionable que, en un país que se encuentra bajo el nivel 4 de alerta antiterrorista, un chaval de tan sólo 17 años sea capaz de acercarse al Presidente del Gobierno del mismo y propinarle tal agresión. Eso ya tal.


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