En un mundo paralelo: pesadilla antes de las elecciones

Son las 7 de la mañana. La alarma suena a la misma hora de siempre pero hoy el sueño pesa más que nunca para nuestro protagonista. No ha pegado ojo en toda la noche. Una mezcla de nerviosismo y pánico le ha hecho dar vueltas en un sudor frío que le ha acompañado hasta que los primeros rayos de sol han comenzado a colarse por los resquicios de la persiana. A su lado, su mujer dormía como un tronco, ajena a lo que se le venía encima a su marido.

Le encantaba viajar, su trabajo lo exigía y era algo de lo que disfrutaba, pero nunca había imaginado hacerlo así. Con solo oír el nombre de su próximo destino se le nublaba la vista y la boca se le hacía una pasta, como ocurre en las mañanas de resaca. Aún así, tenía que ir, no podía fallar al acto, así que preparó e introdujo cuidadosamente su documentación en la maleta de mano: pasaporte y una bandera de España. Durante unos instantes vaciló sobre si atársela al cuello pero finalmente optó por no llamar más la atención. Desayunó su ya clásico café con leche y subió al Chevrolet negro, donde el chófer esperaba hacía ya varios minutos, para poner rumbo al aeropuerto. El vuelo se le hizo más largo de lo esperado y en más de una ocasión pensó en abrir la puerta de emergencia para saltar al vacío. Una idea que adquirió más sentido que nunca en su mente cuando sonó esa voz femenina agradeciendo la confianza depositada en la compañía. Ese acento cerrado y el deje en la pronunciación le ponían el pelo de punta. Pero no fue nada comparado a lo que ocurrió cuando entró en la terminal. El mundo se le vino encima al leer un cartel que rezaba: «Benvingut a Catalunya, un nou païs per descobrir«.

A Mariano se le resbalaban las gafas del sudor que le caía de la frente y no pudo evitar recordar cómo se había llegado a tal situación.

Todo comenzó con su estrepitosa derrota en las elecciones generales, que provocó un giro de 180º en la política estatal en Cataluña. El nuevo Gobierno había optado por realizar un referéndum para que los catalanes decidieran si querían formar parte de España y, para sorpresa del ex presidente, el resultado había sido negativo. No le entraba en la cabeza cómo los españoles sentían vergüenza de ser, precisamente eso, españoles, si bajo su mandato se había reducido el paro más que en cualquier legislatura anterior, si con sus políticas, auspiciadas por la Unión Europea, había formado un Estado de Bienestar a la altura de cualquier otro país europeo, si su equipo había puesto en marcha un plan de obras sociales que rompió cualquier récord establecido por cualquier otro gobierno en cualquier otra parte del mundo, si bajo su mandato se había acabado con la corrupción y con el servilismo a los bancos. Tampoco podía comprender cómo el nuevo Gobierno había sido capaz de cometer la atrocidad de reformar una Constitución que pedía a gritos, eso; una reforma, para solucionar el problema en Cataluña. Y sobre todo, no podía comprender cómo los catalanes habían decidido independizarse si ellos también eran «muy españoles y mucho españoles».

De repente, Mariano se despertó por su propio chillido, un «¡NOOOOOOOOOO!» tan poderoso que provocó que incluso algún que otro vecino se asomara a la ventana para ver qué ocurría. Tan rápido como pudo se levantó a leer el periódico del día anterior, una sonrisilla de alivio se dibujó en su rostro: el país seguía cayéndose en pedazos pero, al menos, Cataluña seguía siendo España.


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